Dentro de dos horas la señora de Cushworth sabrá que su hijo ha sido encontrado. Pero, por ahora, cuando el reloj marca las tres de la tarde, se encuentra sentada junto a su esposo en una sala de audiencias en los tribunales de justicia de San Salvador.
A las once de la mañana, con una hora de retraso, se instaló la audiencia inicial contra el ginecólogo Alejandro Guido, médico que atendió el parto, en mayo pasado, en el hospital Ginecológico de la capital. El imputado, quien es procesado por el delito de suplantación y alteración del estado familiar, no estuvo presente en la audiencia.
En la sala estaban cuatro fiscales, cinco querellantes y siete abogados defensores. También los esposos Cushworth, con evidente tristeza en sus rostros, y algunos familiares del acusado.
Los fiscales y querellantes expusieron sus pruebas basadas en testimonios de las víctimas y testigos, un análisis de ADN y dos certificaciones de nacimiento extendidas por el hospital Ginecológico que, aparentemente, eran distintas.
Los defensores esgrimieron que la prueba de ADN no era válida porque el mismo examen establecía que no podía ser utilizado en procesos penales. Señalaron, además, que el documento no tenía fecha, ni lugar, ni firma del autor. Otro de los defensores señaló que su cliente tenía los mismos derechos, como ser humano, que el niño extraviado. Y que era una injusticia dejarlo en prisión.
Después de algunas horas de argumentos y contraargumentos, de presentación de pruebas y refutación de las mismas, la jueza dio espacio para que las víctimas se manifestaran. Y fue entonces que la sala se inundó de silencio.
El primero en hablar, en un claro inglés británico, fue el señor Cushworth. Fue su misma esposa la encargada de traducir sus palabras al español. “Cuando tú eres víctima aprecias la justicia. Si hubiéramos recibido a nuestro hijo no estuviéramos aquí. Yo pienso que tengo un hijo que no sé si está sano y salvo, o si lo voy a volver a ver”, expuso.
Luego fue el turno de la señora Mercedes de Cushworth. Estaba quebrada. Ni siquiera pudo ponerse de pie: habló desde su asiento. “Desde hace once días (cuando recibió la noticia que el niño que tenía no era su hijo) también he estado encarcelada, no puedo salir, ni comer, ni dormir… Yo no busco un bebé de un color específico, lo que quiero es ver a mi hijo, abrazarlo. Me he perdido tres meses de su vida y eso no se puede comprar con nada”. Y eso fue todo. No pudo decir una palabra más.
Cuando la mujer terminó de hablar, en la sala imperaba un inmenso silencio. Hasta el rostro de la jueza era de conmoción. Sin embargo, al final, su resolución fue favorable al acusado. Concedió dos medidas alternas a la detención: no salir del país y presentarse cada quince días al Juzgado Quinto de Instrucción.
La pareja Cushworth salió triste de la sala de audiencias. Dos horas después, esa tristeza desaparecería por completo de sus rostros. Una llamada telefónica les informaría que su hijo había sido encontrado. Sí, encontrado.