Detrás del edificio de Derecho de la Universidad de El Salvador (UES) hay un área verde que tiene un árbol y unos pupitres inservibles. Cuando todo el mundo está en las aulas supuestos estudiantes aprovechan para vender budines y tortas de pan dulce que adentro contienen porciones de marihuana. Los compradores, alumnos, decanos, custodios y las autoridades universitarias saben lo que está pasando. Hasta la fecha nadie ha hecho mayor cosa para detenerlos.
La venta de drogas es una de las formas que probablemente ha tomado la presencia de las pandillas en la autónoma. La comunidad también ha visto a sujetos en poses idénticas a las que toman “los postes”, encargados de cuidar las cuadras en las comunidades que someten la Mara Salvatrucha (MS-13) y el Barrio 18.
Pero en los pasillos universitarios toman una forma más: la de los grupos de choque que pintan paredes en las marchas del 1 de mayo, se enfrentan a la Unidad de Mantenimiento del Orden de la PNC (UMO) o agreden a miembros de organizaciones estudiantiles como supuestamente ocurrió el 9 de mayo cuando se liaron a golpes en el auditorio Herberth Anaya Sanabria el Frente Universitario Roque Dalton (FURD) y la ACERI.
En las paredes de ese edificio han pegado un comunicado impreso en una página en la que diez organizaciones denuncian que FURD supuestamente agredió a dos estudiantes menores de edad de ACERI. Señalan, además, que entre los agresores había pandilleros provenientes de la colonia San Ramón, de Mejicanos.
Alejandro Batres, dirigente de ACERI, recordó que mientras forcejeaban uno de los integrantes de FURD hizo señales con las manos propias de los grupos a los que el Ministerio de Seguridad les atribuye la autoría de la mayor parte de casos de violencia en El Salvador. “Usted ve que hacen eso y ya sabe en lo que andan”, comentó. Unas semanas después del altercado, detalló, caminaba rumbo a un aula y dos sujetos lo pararon. Lo insultaron. De pronto llegó un tercero que le pegó un puñetazo. Luego del incidente empezó a investigar quiénes lo habían golpeado y llegó a la conclusión que son los mismos que cada tarde se sientan en una de las bancas de las áreas verdes a vender y consumir drogas. “¿Qué hay mareros en la Universidad? Eso nadie lo puede negar pero si comienzan a controlar y agarrar cada esquina vamos a terminar pagando por entrar a cada portón”, advirtió.
Dos custodios y un alto funcionario –cuyos nombres no se dan a conocer por seguridad- admitieron la presencia de grupos delincuenciales en la UES. Unos de los agentes contó que hace un tiempo él y sus compañeros detuvieron a un muchacho que cargaba en el bolsón una porción de marihuana, se la decomisaron, llamaron a la Policía Nacional Civil (PNC), éstos acudieron, se llevaron la droga y unos minutos más tarde el detenido estaba nuevamente adentro del recinto. “Nosotros tenemos que lidiar con el drogadicto todos los días. Cuando andan así se sienten perserguidos”, se quejó.
El alto funcionario explicó que muchos casos han sido presentados a Mario Nieto Lovo, rector de la Universidad y a Howard Cotto, subdirector de la PNC. Nada ha cambiado.
Nieto Lovo, vía telefónica, aceptó que ha conocido denuncias pero nunca ha tenido en sus manos información que compruebe por lo menos una. Las cámaras de seguridad instaladas en todo el campus tampoco han grabado esas transacciones. “No puedo desmentir ni confirmar, todo queda a nivel de rumor”, expresó. Aunque contó el caso de una empresa constructora a la que extorsionaban unos sujetos y el pago lo hacían adentro de la Universidad.
La relación pandillas-UES no es nueva sino que se remonta a 2005 cuando el Barrio 18 envió una carta a la Brigada Revolucionaria Estudiantil (BRES) en la que le proponían una alianza que beneficiara a ambos. Los universitarios la rechazaron, dijo una fuente de la organización. “Se acercaron a nosotros porque nos veían como un grupo beligerante”, expresó. Desde entonces y hasta la fecha, consideró, el único requisito para pandilleros puedan entrar a las organizaciones es para rehabilitarse.
Más y más dilemas
¿Hay pandilleros que estudian en la universidad? “¡Desde hace ratos!”, respondió Antonio -nombre ficticio- catedrático de una de las universidades privadas con más alumnos en El Salvador. Y es que, explicó, las casas académicas solo tienen dos requisitos para los aspirantes: que demuestren su capacidad de pago y que cumplan las tareas que la vida académica impone.
Él, por ejemplo, ha descubierto que tiene pandilleros en sus clases de cinco formas: cuando ha logrado identificarles tatuajes, por la vestimenta, el léxico, el lenguaje no verbal o en casos que ellos se han acercado y se lo han confesado. Al confirmarlo únicamente les pide que se comporten adecuadamente.
Antonio contó que uno de sus colegas se sintió intimidado cuando descubrió a un pandillero en su clase; le recomendó responder todo de forma académica, sin salirse de su papel. Cuando el estudiante le pidió explicaciones por haber salido mal en un parcial él le explicó cómo lo había evaluado. Al final la relación fue distendida.
“No negamos (el acceso a la educación) porque alguien tenga una orientación sexual determinada, porque sea negro, colocho o porque sea marero”, reiteró el catedrático.
El catedrático Pedro -cuyo nombre también es ficticio- fue uno de los protagonistas de un caso diferente en la Tecnológica cuando en 2012 tuvo como alumnos a un grupo de cinco presuntos pandilleros que reaccionaban de manera adversa para vez que discutían en clases sobre la violencia que asola El Salvador.
“Cuando hablábamos del tema ellos siempre trataban de justificar lo que estaba pasando”, afirmó que también forma a futuros profesionales en la Universidad Centroamericana (UCA), Matías Delgado (UJMD) y Evangélica (UEES). Esa opinión diferente no fue lo único que despertó las sospechas sino también cuando obtenían malas calificaciones y le pedían explicaciones agresivamente; en una ocasión le gritaron en clases y lo siguieron hasta que los atendió. “Tuve que hablar con ellos para tomar una medida. Después de ese reclamo me recomendaron tener cuidado”, dijo.
El caso más evidente fue cuando un alumno le explicó que iba a ausentarse de las aulas durante algún tiempo porque uno de sus familiares había muerto en un tiroteo con la PNC. Ocurrió a finales de marzo de 2015 en San José Villanueva, La Libertad y el saldo de muertos fue de nueve integrantes de la MS y un policía herido.
Las universidades donde El Salvador no es El Salvador
Después de El Salvador del Mundo la violencia toma otro matiz y su tonalidad roja se vuelve pálida, relativa. En la UCA, por ejemplo, hablar de pandilleros en las aulas es un tema extraño; la mayoría de estudiantes provienen de colegios y pertenecen a la clase media, el estrato social que sabe muy poco del índice de 20 homicidios diarios.
Incluso hablar de daños por la criminalidad es inusual. Saira Barrera, catedrática de economía política y entorno económico de los negocios, recordó que en 2013 supo de un alumno que se retiró porque su familia era víctima de una extorsión. En sus seis años como docente es el único que ha conocido.
Barrera, sin embargo, se cuestionó qué medidas tomarían las universidades si comprueban la presencia pandillera. “¿Procede expulsarlos? ¿Y si cumplen con las cuotas y como estudiantes? Recuerde que hay muchos delincuentes de cuello blanco que pasaron por las universidades… el problema excede y plantea nuevos retos”, opinó. Agregó, además, que en la actualidad hay estigmatización contra algunos alumnos que puede incrementarse.
También se consultó el tema con catedráticos de la Universidad Francisco Gavidia (UFG), UEES y UJMD que aseguraron no haber detectado a estudiante que procedan de esos grupos.
Carlos Canjura, ministro de Educación, también rechazó haber escuchado de boca de las universidades sobre el asunto. Adelantó que si se confirma habrá que tomar medidas.
El 25 de julio de 2012 David Munguía Payés, entonces ministro de Seguridad, dio a conocer en una entrevista televisiva que la inteligencia del Estado había detectado que las pandillas enviaban a sus miembros a trabajar a centros de llamadas, a estudiar a las escuelas y a las universidades.