El camino era oscuro, denso y pedregoso. Una lámpara del alumbrado público apenas iluminaba un tramo de ese lugar. Cuando el reloj marcaba poco más de las doce de la noche, cinco hombres vestidos como policías atravesaron el camino.
Cuatro de los supuestos agentes llevaban cubiertos los rostros con gorros navarones, mientras que el otro llevaba el rostro descubierto. Tres caminaban adelante y los otros atrás.
– Miren, aquí vive uno de los hijos de puta que queremos. Ya lo vamos a venir a sacar – les manifestó uno de los encapuchados a sus compañeros.
Un trabajador de la zona, que se encontraba en el patio de una vivienda, observó el grupo de hombres. El escenario era una zona rural de Zapotitán, departamento de La Libertad.
Uno de ellos llevaba una pistola sujetada en la pierna derecha y un revólver en la mano izquierda. Otro de los hombres cargaba una escopeta en la espalda y portaba una placa metálica policial en el pecho.
El trabajador jamás sospechó nada malo de los supuestos agentes. Creyó que era un operativo policial. Y sobre todo porque el sujeto que llevaba el rostro descubierto era un conocido elemento de la Policía Nacional Civil (PNC) destacado en la delegación de Zapotitán, a quien conocían como “El Chino”.
El grupo de agentes continuó caminando hasta llegar a una casa de la zona. Comenzaron a golpear la puerta y a gritar que abrieran, que eran la Policía y que buscaban a Héctor Arnulfo Martínez.
Instantes después, una señora abrió la puerta y les cuestionó: “¿Para qué lo quieren?, déjenlo, el bicho no ha hecho nada malo”.
Pero los supuestos agentes no hicieron caso. Ingresaron a la vivienda y sacaron al joven que se encontraba en ropa interior. Lo llevaban sujetado de los brazos, mientras los familiares les decían que no se llevaran al muchacho.
Los agentes le aseguraron a la señora que solo hablarían con el joven y que luego lo iban a mandar nuevamente a la casa. La mujer no creyó la explicación de los policías y se fue tras ellos.
El testigo observaba todo lo que sucedía. Guardó silencio y se escondió atrás de unos árboles. Minutos después escuchó varios disparos. Fue entonces que salió a verificar qué era lo que había sucedido.
Caminó dos cuadras arriba y de pronto observó a un joven semidesnudo tirado sobre el suelo, boca abajo, con un balazo en el cuello. La víctima ya había fallecido y la señora lamentaba la muerte de su hijo.
Días después, el agente Elenilson Romero Amaya, quien estaba destacado en la delegación de Zapotitán, fue capturado por el crimen del joven. Un testigo clave lo había reconocido como uno de los agentes que participó en el homicidio.
En marzo de 2013, el policía fue sentenciado a 30 años de prisión por un Tribunal de Sentencia de Santa Tecla. Sin embargo, los abogados defensores apelaron ante una Cámara de lo Penal y los magistrados de esta dependencia ordenaron que el juicio se repitiera.
Esta vez, la vista pública fue asignada al Tribunal Tercero de Sentencia de San Salvador.
El segundo juicio
La sala de audiencias no está abarrotada: una fiscal, dos abogadas defensoras y el acusado. Están frente al juez. Un testigo criteriado está oculto tras un cancel de madera, dispuesto a declarar lo que observó el día que asesinaron al joven Héctor.
El relato del crimen que expone el testigo coincide con lo documentado en el expediente judicial por los fiscales. Recuerda que estaba en el patio de una vivienda y de pronto observó al grupo de policías, armados, dirigirse a la casa de la víctima.
Luego escuchó los golpes en la puerta y observó que sacaron a un joven que se resistía. También oyó los gritos y súplicas de una mujer que pedía dejaran a su hijo en paz.
Asegura que después se escucharon varios disparos y que cuando salió a la calle encontró el cadáver del joven. En ese mismo lugar observó al agente que supuestamente había participado en el homicidio. Estaba custodiando la escena.
Finalizó la narración y en seguida el juez hizo pasar a uno de los testigos propuestos por la defensa. Un agente que estuvo destacado en la delegación de Zapotitán y que le tocó atender el crimen entró a la sala.
Este manifestó que recibieron una llamada telefónica pasadas las doce de la noche en la que alertaban que un hombre había sido macheteado. Cuando llegaron al lugar se encontraron con una escena diferente: un joven muerto y varios impactos de bala en una pared.
Cuando una de las abogadas defensoras le preguntó si el agente Romero Amaya también había estado en la escena, este respondió que no.
Al final, el juez consideró que el testigo había mentido y por eso decidió absolver de todo cargo al agente policial. Quedó en libertad.