El Salvador
lunes 2 de diciembre de 2024
Arte y Cultura

Manlio Argueta: Yo fui profesor de Roberto d’Aubuisson

por Karla Espinoza


A Manlio no le da miedo hablar de la coyuntura nacional, ni del caso del expresidente Francisco Flores, su compromiso siempre ha sido hablar y plasmar sus pensamientos en libros.

Trabaja en una oficina que tuvo sus lujos en el pasado, muebles clásicos de madera que se ubican casi en el centro; al fondo un dibujo a lápiz de Andrés Bello y una gran ventana, a través de la cual se escucha el tenue sonido de la ciudad capital. Esa es la oficina del director de la Biblioteca Nacional “Francisco Gavidia”, Manlio Argueta, uno de los escritores más destacados no solo por su talento, sino también por pertenecer a la “Generación comprometida” en El Salvador.

A Manlio no le da miedo hablar de la coyuntura nacional, ni del caso del expresidente Francisco Flores, su compromiso siempre ha sido hablar y plasmar sus pensamientos en libros.

A sus 78 años, este migueleño confiesa los riesgos de haber pertenecido a esta generación, rescata los logros como la libertad de expresión que, según él, fueron fruto de la lucha de esta generación de literatos comprometidos por decir lo que sucedía en El Salvador.

Los años han pasado, y aunque estos no han detenido a Manlio, el reconocido salvadoreño sigue escribiendo, investigando y dando de qué hablar. Entre las obras de este poeta y novelista se destacan «El Valle de las Hamacas», «Caperucita en la zona roja», «Un día en la vida», «Milagro de la Paz», «Poesía Completa de Manlio Argueta», «Cuzcatlán donde bate la mar del sur».

Confiesa que le gusta leer en papel, pero como todo ser humano se ha tenido que adaptar a las bondades de la tecnología y es un fiel portador de un lector tecnológico, en el que almacena más de 1,200 libros. Sin embargo no es tan radical, siempre se hace acompañar de tres o cuatro escritos impresos.

Un abogado que jamás ejerció, pero que se dedicó a la docencia para costearse la vida en San Salvador, sin dejar de seguir escribiendo, fue exiliado escolar, le dio clases al mayor Roberto d’Aubuisson.

En Siglo de O(g)ro nos habla sobre cómo inicia en las letras. Cuéntenos un poco al respecto

Mi vocación empieza desde niño, mi mamá me leía los poemas románticos famosos de México, de algunos colombianos que ella sabía de memoria, como “María”, de Jorge Isaac, y otras. Nosotros vivíamos en San Miguel y ahí no había librerías. Ella me decía, algún día van a venir acá y cuando los vea te los voy a comprar. Cuando llegaron las ferias de libros, yo empecé a buscar los libros que ella me mencionaba o contaba como “las mil y una noche” y ya le decía que lo había visto o “Los Miserables”, de Víctor Hugo. Para mí era una felicidad ir a una feria del libro en el portal de la alcaldía de San Miguel.

Pero “Los Miserables” ya era una lectura más avanzada, ¿qué edad tenía?

Ahí ya estaba en 5º y 6º (comenta como algo normal). Ya escribía cosas en la escuela.

¿A qué edad comienza a escribir entonces?

Yo recuerdo que en 4º grado. Tengo un libro, “Siglo de O(g)ro” es una novela autobiográfica, entonces ahí cuento sobre mi profesor al que quise mucho y me castigó porque yo escribía. Una vez me castigó porque me había dicho que no escribiera, tenía muchas habilidades para la Matemática y que ese tipo de poemas no eran buenos para mí. Entonces vio uno de mis poemas. A mí no me molesta, yo quise mucho a mi profesor. Yo quiero mucho a mis profesores de primaria, tengo una gran memoria de esa época.

¿Por qué los quiso tanto?

Bueno en 1º grado yo tuve un profesor, era el director de esa época y él en la formación nos contaba poemas siempre. Y cuando él lo quitaron por razones políticas, empezó a hacer una escuela por iniciativa personal, buscó fondos para hacerla. Recuerdo que yo estaba tan encariñado de él que un día llegaron invitar a su escuela, la “Escuela del aire”, entonces yo me apunté porque me gustó el nombre. Y se llamaba así la escuela porque estaba en el aire, no había paredes, ni sillas, ni mesa. Entonces yo iba porque le sentía cariño. Eso me indica ahora que ese amor al director era por el amor a las letras que traía desde pequeño. Incluso cuando regresé de Costa Rica, en 1993, una vez alguien me dijo que el profesor estaba ahí. Me moví a saludarlo y me reconoció, hasta me invitó a una cerveza.

En Usulután tuve un tío; era profesor que tenía más de 50 libros de cuentos infantiles. En mi casa no lo teníamos porque no había forma de tener una biblioteca, era un hogar sencillo que no tenía para comprar libros. Yo, chiquito, me compraba unos folletitos de “El Gato con Botas”, “Pulgarcito”, eran folletitos pequeños, aunque con color. Cuando iba a Usulután con mi tío Macario Trejo, padre de Remberto Trejo, el cantante de los Vikings, él tenía infinidad de cuentos infantiles, todos los cuentos de hadas. Para mí era un tesoro. Creo que en la familia hubo una ambición siempre por la lectura, aunque no fuéramos acomodados.

Ya en bachillerato, tenía un tío matemático que gastaba parte de su dinero en comprar libros. Para ese momento (entonces desde 7º) yo ya era un gran lector en el 8º, y ya podía discutir con los profesores quizá porque había leído más que ellos, y no quiero sonar pedante, pero yo sentía que leía más que ellos, leía sobre literatura, sabía mucho de geografía leía varias revistas que compraba mi tío, las Selecciones, Life en Español y otras. Es que era mi vocación de lector también. Mi tío leía y lo de él era una magia excepcional.

¿En ese momento qué pensaba sobre escribir?

Yo era un niño normal, andaba descalzo, jugaba fútbol, me subía a los árboles, iba a cazar garrobos, pero tenía esa orientación a leer y el hecho de que mi madre me leyera poemas me alimentaba. Yo también escribía poemas, no míos, sino que copiaba poemas en un cuaderno especial. En 6º grado esa práctica de copiar hizo que yo escribiera mi primer poema que se llamaba “Los cocoteros”.

¿Qué decía?

No lo recuerdo, solo que decía que estaban en el horizonte y solitos y al fondo el volcán Chaparrastique y no más. En mis primeros años de la Universidad gano dos primeros premios, o sea que he venido acumulando desde mucho antes, no es así no más. Yo era alguien desconocido, creían que era alguien con nombre inventado. En San Miguel fue donde gané mi primer premio y primer lugar, el segundo lo gana Oswaldo Escobar Velado, el más grande poeta de la época. Era mi poeta preferido -lo dice muy entusiasmado- luego fue mi poeta muy querido y amigo. Yo estaba en el primer año de Derecho. Ya después hasta leíamos poemas juntos pero fue hasta mucho después.

Yo vivía en un pupilaje cerca de la 15 avenida (Avenida Independencia), era un estudiante. Ahí era el lugar más barato. Llegué a un pupilaje que era conocido, un matemático y descubrí que tenía una máquina de escribir y le dije a mi compañero de estudios “¿me ayudás a escribir mis poemas, a pasarlos? Porque hay un concurso de poesía y quiero pasarlos”. En ese momento había un concurso de poesía y yo quería participar y yo decía “puedo escribir como ellos, no soy tan malo, solo que nadie me conoce”. Entonces me ayudó mi amigo a transcribir, él me dictaba y yo escribía. Y lo mandé y gané el primer lugar, entonces Oswaldo Escobar Velado se llevó el segundo lugar. Roque Dalton y Roberto Armijo descubrieron que yo no era un poeta viejo y que me había puesto el nombre y me fueron a buscar a la casa, yo estaba en primer año de la Universidad. Imagínese para mí qué significaba que me fueran a buscar a la casa dos poetas que yo había leído – lo dice con una gran sonrisa en su rostro -.

Para mí una gran fuente de conocimiento fueron los periódicos que traían como cuatro página de ellos. Ahí tuvimos la oportunidad de leer lo nacional y de ahí es que uno se inspira más. Hasta leía de jóvenes, como de Armijo (Roberto Armijo) porque ambos teníamos la misma edad. Roque y otros poetas intercedían y pedían que publicaran los poemas de los nuevos poetas. Ahí comenzó mi vida como escritor y arruinó mi vida de abogado.

¿Por qué?

Foto D1, Nelson Dueñas.

Foto D1, Nelson Dueñas.

Yo sabía que jamás iba a ejercer, pero lo hice como por dignidad y honor terminar, la carrera me costó. Además ya era de la “Generación comprometida”, y éramos perseguidos. Yo terminé como en 11 años la carrera de Derecho, porque en el segundo año ya íbamos al exilio y luego empezamos a separarnos: Roberto Armijo a Nicaragua, Roque Dalton para México y yo para Guatemala. Aquel grupo precoz con tendencia a participar y proponer cosas a través de la literatura y poesía fuimos perdiendo esa estimulación, aunque también tuvimos ganancias, el artista necesita vida de afuera, como para escribir novela.

¿Por qué decide dar el salto de poesía a novela?

Tras 29 años decidí hacer novela, porque la práctica de exilios y equidad conforme a las leyes me hizo entender que tenía que escribir otras cosas, en la poesía no podía escribir eso, aunque hay poesía de protesta, pero está limitado a ciertos moldes rígidos del verso. Entonces consulté con Claudia Lars, le dije que yo quería escribir un poemario de San Salvador, con Pedro de Alvarado y la batalla de Acaxual, su pelea con pipiles y quería hacer algo de las peleas empezando por ahí. Y no se me olvida que ella me dijo “estás loco, la poesía no permite, no admite infidelidades. La poesía es una amante rencorosa, la estás traicionando”. Entonces pensé en lo que podía hacer y dije, “entonces voy a aprender a escribir una novela”. Yo ya había soñado que iba a escribir una novela. Yo tenía 29 años cuando gané mi primer premio de novela, “El valle de las hamacas”, y gané mi primer premio en Argentina y al mes el segundo, eso a los 29 años. Me los publicaron en La Prensa Gráfica, eso era lo bueno de aquellos tiempos que nos publicaban. Pero en Argentina me publicaron, en el mismo lugar que Gabriel García Márquez, “100 años de soledad” y también a Julio Cortázar, “Rayuela”. Entonces Salarrué me fue a visitar desde su casa en Los Planes hasta dónde yo vivía, solo para felicitarme y para decirme, “Ya tenemos un novelista en El Salvador”.

Yo no estaba convencido que era novelista, porque hacía poemas. Aunque yo hacía mi propio taller y agarré “La ciudad de los perros”, de Vargas Llosa, “Rayuela”, de Cortázar y también “Manhattan Transfer” y la “Región más transparente”, de México. En Costa Rica, sin cárcel y sin exilio decido escribir otra novela, “Caperucita en la zona roja”, y me gané un premio latinoamericano. Dije “entonces sí soy novelista”, aunque de poeta nunca tuve duda que lo era.

Cuéntenos su sentimiento de escribir sobre la guerra, dos de sus novelas hablan de esa transición

Ya en Costa Rica, me da pena decir que fui exiliado, ellos me atendieron y recibieron muy bien, pero yo ahí recibía información de mi país, de las masacres, manifestaciones, las muertes, como la de Roque Dalton y su exilio, ahí anda en mis novelas Roque, aunque no lo exprese abiertamente. Yo me quise retirar de la literatura en Costa Rica, ahí daba clases. A mí la literatura no me ha traído nada bueno, por los exilios, y recuerdo de un escritor, José León Sánchez me dijo, “Manlio si tu eres abogado, en Costa Rica pues ejércelo”. Yo no puedo, le dije, soy escritor o soy editor de libros. Yo ya empezaba a editar libros, ya me daban trabajos. Yo ya había abandonado eso (escribir).

¿En qué año decide dejar de escribir?

Fue en 1974, en Costa Rica. Yo ya había comprado libros de matemática, ya me estaba preparando. Yo había sido profesor en 1970, y fui profesor de d’ Aubuisson de Álgebra.

¿Y cómo era de alumno el mayor?

Él tenía 13 años, yo era mayor, tenía como 19 o 18 y le daba clases, en 8º grado. Era el único que se me revelaba. Me decía, “Profesor disculpe, usted está dando una clase de cívica y esta es una clase de Álgebra”. Los profesores eran respetados en ese entonces, sin embargo él me protestaba.

Yo antes de dar la clase hablaba tres minutos de educación cívica, en esa época no había partidos políticos. Nosotros hablábamos de Roque y el porqué de nuestro exilio como generación comprometida.

El cuento termina en el siguiente año, cuando llego a dar clase, eso fue en 1958-1959, en el Damián Villacorta, me dijeron que habían mandado una carta del Estado Mayor para pedir que yo ya no diera clases, por órdenes superiores. Entonces empezamos a dar clase en otros lados. Ya no nos querían. Y empecé a dar clases en colegios privados o colegios del exilio, El Colegio Médico, era el colegio de exiliados, ahí estaba mi tío el que tenía la biblioteca, pero tenía una formación bien liberal, no de izquierda. Era casi el dueño del lugar.

También di clases en el Manuel José Arce en la noche y así me mantenía mis estudios universitarios y el pupilaje.

¿En qué se inspiraría para escribir de la actual situación social?

Ya estoy escribiendo una. Es una novela histórica, pienso que hay un evento más importante que la independencia, la guerra con los filibusteros. Este acontecimiento nos involucra a todos los centroamericanos.

¿Qué significa para usted haber pertenecido a una generación comprometida, ahora?

Es lindo aunque anduvimos de la seca a la meca, hablamos lo que teníamos que hablar en ese momento. Me da vergüenza decir que a monseñor Romero le decían “La voz de los sin voz”, ¿cómo nos dirían a nosotros en los años 60?, sí éramos una voz nosotros, cuando no habían partidos políticos. Nosotros reuníamos dos condiciones, ser universitarios y escritores. Ganábamos hasta certámenes centroamericanos. Estábamos queriendo hablar y decir muchas cosas.
¿La generación comprometida logró sus objetivos?

Quizás el 50% sí, porque ahora podemos hablar libremente, hay periódicos algunos, no son censurados y antes no, había que ponerle una bomba al medio si decía algo que no gustaba, así como pasó con UCA Editores, de Ítalo López Vallecillos, cuando pasó eso Ítalo se fue de nuevo al exilio en Costa Rica. De modo que sí se ganó bastante, aunque lo que no se ganó y creo que hubo un descuido y fue cuando la gente que se iba a pelear. Ahora no hay presos políticos ni exiliados, esa fue la ganancia.
¿Cuál es su valoración respecto a la producción nacional literaria?

Estamos recibiendo una herencia negra, nefasta, todo lo que hemos pasado, antes se quemaban los libros y se enterraban porque si los encontraban nos metían presos. Aún pesa el síndrome antilibro, antilectura y anticultura literaria. Si hace 20 años te mataban por escribir o tener, entonces se crea un síndrome sin curar. Martín Baró habla de las heridas en el alma y esto se puede transmitir hasta en tres generaciones. Había que sanar esas heridas.

¿Prefiere leer más en papel o en computadora?

Leo en papel, pero me gusta mucho usar un lector de libros, ahí leo todo lo que quiero. Tengo más de 1, 200 libros en mi aparato, aunque también llevo unos tres o cuatro libros conmigo. La tecnología es maravillosa, solo me lo agarro y me lo introduzco al bolsillo.

¿Cómo se siente dentro de este espacio lleno de libros?
Claro que me gusta. Me siento como Jorge Luis Borges cuando me dijeron que venía para acá, era un ícono Borges. Francisco Gavidia, acá fue director por 17 años, Arturo Ambrogi fue por 14 y David Escobar Galindo por uno o dos. Yo siguiendo los pasos de Borges, estoy acá, además quiero romper el récord de Gavidia, ya llevo 15, me faltan dos.

¿Y ahora después de tantos galardones?

Con un “Un día en la vida” me siento realizado, imagínate después de tantos exilios, después de andar huyendo y luego recibir el premio, aunque no es dinero para mí, siento que valió la pena. Yo creo que ustedes jóvenes no se conciben como presos políticos. Vaya por fin logré algo, el sueño de mi madre se está cumpliendo, aunque ella quería que yo fuera abogado, pero ella tuvo la culpa porque me leía cuentos.

Manlio Argueta