Hace 20 años, Viktorio Godoy inició con todo esto. Primero hizo filas en el ejército, luego se fue a trabajar en una fábrica de helados; un día este hombre decide buscar el amor y por esta razón viaja de Chile a El Salvador. Acá se encontraba la madre de su primer hijo y para mantener a su familia sigue trabajando de lo que más le apasiona, el arte.
Este chileno es un maestro de los malabares, un especialista en la técnica y en el clown, a través de las cuales busca no solo entretener a las personas sino mandar un mensaje de conciencia social a su público.
Una de las obras más dramáticas de Godoy es “Réquiem para un Malabarista”, mediante la cual muestra la triste historia de un artista. Otra reciente es «Sesión Cirku», un dueto de clowns que muestran cómo son esos días en los que se preparan para dar un buen espectáculo, pero tienen un revés al enfrentarse a que los dos están enamorados
de la misma mujer.
Una decena de puestas en escena desfilan para este personaje, que día a día entrena para proponer una nueva obra: «Si no estás claro en lo que querés, el trabajo puede terminar en cualquier otra cosa», agrega.
Ser un artista es duro, más aún si se vive en El Salvador, donde el arte se aprecia, pero cuesta remunerarlo, sumado a esto el poco interés de brindarle realce a los artistas.
¿Cómo vino al país?
Yo vine hace unos años porque me siempre he estado con esto del arte circense y con eso del malabarismo y las ganas de viajar, un poco la vida de circo, un poco la vida gitana. Me tenía que venir por obligación a El Salvador, me esperaba una chica que sería la mamá de mi primer hijo.
Entonces tenía que venir por obligación a El Salvador y me vine a encontrar con ella. Esa fue la razón principal de venirme a El Salvador; pero claro, esa razón fue para poder salir y recorrer muchos lugares. Desde Santiago de Chile hasta acá me tardé nueve meses, desde que tomé el bus en Santiago hasta Buenos Aires a un encuentro de malabarismo y luego a Colonia, Montevideo, a la Playa, de ahí Brasil, Uruguay, Argentina (…) luego a Quito y de ahí a El Salvador. En Quito fuimos a una cantera donde había cuarzos y amatistas y otras piedras y luego vendimos piedras.
¿Desde hace cuánto se dedica al malabarismo?
Desde hace 20 años me dedico a esto, pero antes me puse a hacer servicio militar y luego fui a una fábrica de helados. Hice servicio porque era obligatorio en Chile, y mi abuelita buena onda me ayudó a que me metieran a esto. Después de esto me puse a trabajar en una fábrica de helados, ahí cerca había una compañía de teatro popular y así nos empezamos a involucrar a esto.
Un día llegué a la fábrica y le dije al jefe, ¿sabe qué? No me quiero dedicar a esto más. Y el tipo se asustó y me dijo: “¿Qué? ¡estás loco?, ¿cómo vas a hacer eso?”. Entonces le dije, no, yo quiero hacerlo. Estoy joven quiero hacerlo. Después que nadie me diga que no lo hice. Empecé a los 20 años con todo esto.
¿Cómo se logra la perfección en las escenas?
Se logra con mucho ensayo. Si hay concepto se toma y se transforma a que pase por el cuerpo y con la técnica se va adecuando y así esto se ve más creíble y realista. Se necesita por lo menos una hora.
Para lograr todo esto tengo que hacer mucho ejercicio. Yo cuando estoy haciendo malabares no paro, soy muy enérgico entonces necesito estar haciendo mucho ejercicio y si no lo hiciera a los dos minutos del espectáculo me tocaría estar pidiendo oxígeno.
¿Cómo crea «Réquiem para un Malabarista»?
Cuando pensé en Réquiem se me vino la idea, yo tenía en mis manos un clarinete, un amigo me lo había prestado; entonces recuerdo que iba a mi casa y dije así: es un viejo que toca el clarinete y después se muere. Eso fue lo primero que pensé, luego pensé a buscar, algo como poesía, algo como Arthur Rimbaud.
Algo duro, no tan light, luego encontré algo de Nicanor Parra y empecé a hilar los poemas con cada una de las piezas. Así lo fui armando y uniendo y después de Enrique Valencia me ayudó a darle un poco más de forma y así lo fui haciendo. Fue como una autobiografía, porque se trataba de un viejo que se está despidiendo de las tablas. Empieza a recordar lo que hizo, anduvo, los amores, desamores y se está despidiendo.
¿No es que Viktorio se esté despidiendo?
No, no, no, antes de Requiém hice un unipersonal con un texto Eduardo Galeano, la obra se llamó “Los Nadie”, hice ese espectáculos con un bajista salvadoreño que hizo la música. Nos presentamos en un festival. Siempre he hecho malabares y luego me presentaba en eventos. Con “Sesion Cirku” buscamos trabajar el clown como un personaje teatral, a fin de que el espectáculo sea limpio.
He participado en los festivales que hacen en el país, así como otros países, de hecho toda Centroamérica, incluso Panamá. Pretendemos llegar a Sudamérica.
El Salvador significa muchas cosas, siento que es fuerte vivir acá. Hay que se osado para vivir acá como una persona común y corriente y vivir como artista tiene un plus porque aunque a la gente le gusta, está mal acostumbrada, quiere que las cosas sean gratis, incluso la gente involucrada en cultura. Muchos piensan que cuando uno va a la caja de un supermercado tiene que pagar con aplausos, pero no. Entonces, eso cuesta que reconozcan nuestro trabajo que valoren y que paguen. Nosotros hacemos una actividad distinta, pero comemos y pagamos la comida de los hijos, los mandamos a la escuela.
¿Cree que un artista puede vivir del arte?
No, no, yo me dedico a esto y a dar clases de malabarismo y clown, en comunidades patrocinados por organizaciones no gubernamentales.
Yo pienso así como alguien de la música: creo que el arte puede sanar enfermos y despertar monstruos y gente que reclame y no se quede con tanto abuso y tantas cagas de los gobiernos de turno. Tuvieron una guerra civil y no creo que la gente quiera volver a esto y la gente del gobierno se aprovecha de eso porque la gente no reclama. Me asusta porque cuando este pueblo se canse, se armará de nuevo y bueno, las pandillas también. Yo creo que acá hay alguien que le interesa que se cree este desorden social para gobernar más tranquilos. Hay miles de empresas de seguridad, que contratan a cualquier persona, claro, solo por cobrar seguridad.
¿Qué busca transmitir con sus piezas?
Yo, alegría, quiero que se mueran de la risa. Quiero que se echen una mirada para dentro y nos riamos, nos burlemos de nosotros mismos, en lugar de amargarnos.
En cada pieza se entrega mucha dedicación y talento, pero muy pocos pueden apreciarlo.
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